Picasso según Gertrude Stein

Publicado: 25/04/2010
Picasso empezó su carrera artística con una exposición en el portal de una paragüería de La Coruña. Después de sus estancias en Madrid y Barcelona llega a París, donde, como escribe Ramón Gómez de la Serna, conoce "la hora de los café-concerts, de los cristos miseria, de los apóstoles de taberna, de las mujeres bravías y adornadas de alcohol, sífilis y nicotina".
Picasso trató mucho en París a Gertrude Stein. Hizo de ella, en 1906, un famoso retrato a propósito del cual hay una anécdota que todo el mundo sabe y no vamos a repetir aquí. La señora Stein vivía en la célebre casa de la rue Fleurus, número veintisiete, que llegaría a convertirse en un centro de peregrinación para artistas y literatos. Arrancaba entonces el siglo XX y allí estaban Gertrude Stein y Alice B. Toklas bien situadas desde el punto de vista histórico, lo que fue una gran suerte para ellas.
Gertrude Stein describió físicamente a Picasso (un Picasso joven) al principio de sus contactos con el pintor: “Era pequeño, andaba a pasos rápidos, pero no nerviosos, y sus ojos tenían la rara facultad de pasmarse y absorber toda la esencia de aquello que él deseaba ver, de lo que de veras le interesaba. Su cabeza tenía un aire parecido a aquel que tienen las de los toreros, aire de vivacidad e independencia, al hacer el paseíllo”. Es una descripción muy acertada por su intensidad sintética y por el factor que aporta el símil procedente del universo de la tauromaquia. Además la Stein descubrió que las manos de Picasso eran “oscuras, delicadas y nerviosas”. Entre ambos personajes hubo una mutua comprensión desde el primer momento.


Volviendo al retrato que Picasso realizó de Gertrude Stein, es preciso señalar que para el mismo la escritora norteamericana posó noventa veces. Según la autora de Three Lives, la larga lucha con ese retrato "había alejado a Picasso del gracioso período italianizante del Arlequín, y le había conducido a la intensa y ardua labor que desembocaría en el cubismo". Gertrude Stein dedica una serie de comentarios muy interesantes al papel desempeñado por el arte africano (en concreto la escultura negra) en los orígenes del cubismo. Dice, por ejemplo, que el influjo de estas formas fue muy distinto en Matisse y en Picasso. Precisando respecto a esta cuestión afirma: “En los primeros tiempos del cubismo, el efecto del arte africano en Picasso se manifestó solamente en su visión plástica, en sus formas, mientras que su imaginación se conservó puramente española”.
Sin embargo, concede la señora Stein, más tarde pudo darse un impacto mayor sobre la imaginación picassiana por parte de la escultura negra, pero más bien a través del ingrediente oriental de los ballets rusos de Diaghilev. Lo cierto es que a Gertrude Stein nunca le hizo demasiada gracia la escultura negra. Admitía que le gustaban las estatuillas, pero subrayaba que estaban muy alejadas de la sensibilidad europea. Por añadidura, las veía excesivamente refinadas, de manera que ella, “como buena norteamericana”, hubiera preferido en esas piezas primitivas un mayor salvajismo.

Para Gertrude Stein, el verdadero impulso esencial del cubismo fue España: “El especial modo de construir las casas de los pueblos españoles, en los que las hileras de casas no siguen el paisaje, adaptándose a él, sino que penetran en el paisaje, y al penetrar en el paisaje, se confunden con él”. Desde su primer viaje a España, Gertrude Stein comprobó que aquí el cubismo era algo que se hacía de un modo espontáneo.

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