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Martes 16/04/2024  

Sindéresis

Ecoterrorismo

No penséis ni por un momento que la violencia no puede surgir de la empatía; al fin y al cabo, de eso trata la venganza

Publicado: 06/11/2022 ·
21:27
· Actualizado: 06/11/2022 · 21:27
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Autor

Juan González Mesa

Juan González Mesa se define como escritor profesional, columnista aficionado, guionista mercenario

Sindéresis

Del propio autor:

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En mi novela De acero y escamas describí la creación de un grupo ecoterrorista a raíz de que sus fundadores asistieron a la muerte de la última ballena azul. «Lo han hecho», dice uno de los personajes. Esta tercera persona del plural lo marca todo, y creo que, en términos generales, no le estamos prestando lo suficiente atención a la posibilidad. Un ecoterrorista sería algo inédito, el único terrorista capaz de odiar a la humanidad entera. Si pensáis que es peligroso un mártir que está convencido de que irá al cielo, imaginad un mártir que está convencido de que el ser humano lo está destruyendo.

Si pensáis en un ecologista como alguien naiff, incapaz de acciones radicales, de jugarse el pellejo o de ir más allá de las pancartas, es que no estáis recordando a las lanchas del Rainbow Warrior siguiendo como chacales a aquellos grandes barcos mientras les arrojaban bidones con residuos. Si creéis que no poseerían referentes en torno a los que construir una mitología guerrera, es que no tenéis en mente a los indios americanos, uno de los cuales nos legó esta profunda sentencia: «Solo cuando el último árbol sea cortado, solo cuando el último río sea envenenado, solo cuando el último pez sea atrapado en una red, entonces el hombre blanco descubrirá que el dinero no se come».

Las tímidas manifestaciones ecoterroristas, ataques muy ligeros sobre obras de arte, no serán nada comparadas con las que la desesperación puede alumbrar, y serán más radicales y dirigidas cuanto más inamovible y atroz sea el enemigo.

Cuanto de modo más uniforme actúen los medios de comunicación en su contra, más aislados quedarán de la sociedad de consumo que sí tiene capacidad de cambiar las cosas, y menos publicitarias serán sus acciones, hasta que, quizá, lleguen a la misma conclusión que los protagonistas de mi novela: no se puede vencer al sistema, sino hacer entender a los agentes del sistema que no les merece la pena el riesgo. Es decir, que las personas que no actúan movidas por ideales elevados como la justicia, el honor o la venganza, (al contrario que periodistas de países en conflicto, fuerzas armadas o verdaderos mártires), estas personas a las que solo motiva el lucro, como son los directivos de empresas contaminantes, los políticos corruptos o las caras de medios de comunicación afines al sistema, podrían pensar que no les merece la pena el riesgo cuando sean ellos los objetivos; aunque crean que el dinero sí se come, no le verán mucha utilidad en la tumba. Y si el sistema no tiene generales, la guerra queda en tablas.

Este tipo de ecoterrorismo puede no llegar a darse, pero debemos tener en cuenta que provendría de una lógica aplastante, la de cortar por lo sano una parte enferma del cuerpo para intentar curar el resto. Porque los árboles de verdad están siendo talados, los ríos de verdad están siendo envenenados y los peces, y los alces, y las abejas, y las ballenas se encuentran luchando contra las redes de la aniquilación, y los animales que no corren ese riesgo es porque son criados, torturados y sacrificados en macrogranjas, y os aseguro que alguien que podría llegar a ser un ecoterrorista escucha sus gritos en el silencio. No penséis ni por un momento que la violencia no puede surgir de la empatía; al fin y al cabo, de eso trata la venganza. Intenta destruir un hormiguero y verás cómo las diminutas hormigas dan su vida para detenerte. Sigue intentando destruir la vida sobre la tierra y verás la determinación de sus soldados, que no entenderán de fronteras ni colores. Una vez que la naturaleza se ha imbricado a la palabra santuario, puede pasar cualquier cosa, y si algo nos ha demostrado la historia es que todo lo que puede suceder, sucede al menos una vez; y la primera es la más dramática.

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