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Notas de un lector

El rostro de un latido

Jesús Tortajada da un paso más en su decir y revela de forma sobresaliente su condición más humana con Los campos de la tarde

Publicado: 06/07/2022 ·
16:31
· Actualizado: 06/07/2022 · 16:31
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Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Cuatro años atrás, me ocupaba desde este mismo espacio de la aparición de Manual de la contienda, de Jesús Tortajada. Este sevillano del 54, licenciado en Derecho, y que ejerce en su ciudad natal como procurador, sumaba un nuevo poemario a su meritoria obra.

En el citado volumen, el vate hispalense hacía memoria como forma de liberación. La acordanza se tornaba empírica rebeldía y dibujaba una atmósfera donde se hacía patente la fragilidad venidera. No era, entonces,que el tiempo se tornase enemigo, sino que las deshoras del yo pretendían alcanzar una atalaya desde la que comprender la sincronía del ser: “Ya sé que con los años el recuerdo/ se vuelve cada vez más caprichoso,/ pero es injusto que, a estas alturas,/ aún me tenga esperando conocer/ lo que merezco…”.

Ahora, con “Los campos de la tarde” (Anantes. Poesía, 2022), Jesús Tortajada da un paso más en su decir y revela de forma sobresaliente su condición más humana. Y lo hace, mediante un verso ritmado con sabiduría, solidario en su constancia. Porque su mensaje se perfila mediante un yo que asume la palabra contra el olvido, que corrige todo aquello que no sea naturaleza en movimiento, que renombra todo cuando pudo ser y no fue sinodesvelo, laberinto… “Escribir para siempre/ con la tinta del invierno,/ con la espesa pesadumbre/ que es vivir de los recuerdos./ Aunque se cierren los ojos,/ sigue el corazón abierto”.

Lo cotidiano se integra de manera lírica en estas estas páginas y se configura desde un espacio íntimo, cómplice en su voluntad de construcción y recreación de un discurso capaz de sanar la conciencia. Cada gesto, cada entrega, se torna confín de un mismo anhelo, frontera de lo posible. Y, por eso, el poeta pretende apaciguar su soledad, aliviar su melancolíaal hilo de una fábula propia, si común, donde explorar el bordón de lumbre que se asoma por las esquinas de su acontecer: “Tan sólo soy el rostro de un latido./ A mí me cumple el darle cara a un ser,/ me cumple, así, el dudoso honor de darle/ o de prestarle  el rostro a un ser que , en estas/ horas, aún necesita su presencia”

La música y la verdad que acompañan los versos de Jesús Tortajada sirven, a su vez, para adensarse en un verbo desde el cual es sencillo adivinar la luces y las sombras que transitan por su existencia y se hacen evocación, lamento y sólitoenigma.

Si dividido en dos apartados, el poemario converge en pos de una realidad esculpida por un cincel pleno de lirismo, consumado en ese rutinario duelo en donde anidan las razones que no entiende el corazón.

Un poemario, en suma, que no detiene su certitud ni su esperanza, que se desnuda y se guarece de la inclemencia de ese tic-tac que alumbra el horizonte. Y que lo hace, además, fronterizo y finito: “Vas llegando al final y ni siquiera/ recuerdas si avanzaste en el camino./ Es que el tiempo se va por donde vino/ -naces, y mueres ya, como cualquiera-/. Pasa en un soplo, sin tener espera/ ni pausa, para nadie. Este es su sino;/ al nacer ya has llegado a tu destino;/ y lo demás, la vida, una quimera”.

 

 

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