La política española vive encerrada en sus disputas internas, con una polarización irresponsable que no sólo no une al país sino que profundiza su división. Raramente sale del estrecho contexto nacional para abrirse a ocuparse de la vertiente internacional. El ejemplo más palmario se produce en las campañas electorales. Cuando se hacen los debates electorales nunca hay un bloque para debatir entre los candidatos sobre política internacional. Como máximo, un apartado sobre la Unión Europea, pero ligado a temas económicos, no políticos.
Viene al pelo por el actual panorama de las relaciones con el siempre imprevisible vecino del sur, Marruecos. De repente se visualiza para la opinión pública un eje invisible que se despliega desde Palestina, Gaza e Israel hasta los Estados Unidos pasando por Marruecos. Trump tenía una prioridad de política y de negocios familiares - con su consuegro y su yerno y asesor principal, Jared Kushner- para desarrollar los Acuerdos de Abraham -nombre que evoca la unión entre judios y árabes- que buscaba el reconocimiento de Israel por los estados árabes a cambio de trato preferente norteamericano. Marruecos se adhirió al plan y obtuvo un inesperado -para la comunidad internacional- respaldo a la soberanía marroquí sobre el antiguo Sahara español. Ahí empieza el juego. Marruecos pretendió que la UE -y naturalmente España- aceptara esa política de hechos consumados de EEUU, contraria a la doctrina internacional vigente y muy difícil de asumir por España, además, por la sensibilidad histórica del pueblo español y el obligado equilibrio que debe guardar entre las más que dispares pretensiones marroquíes y argelinas. La torpe acogida al líder polisario, por petición argelina, ha dado la excusa a Marruecos para desencadenar la entrada de inmigrantes desprotegidos, utilizando a sus nacionales como escudos humanos, como mercancía de chantaje.
La actuación de los cuerpos de seguridad del Estado y del ejercito español ha dejado al descubierto dos formas de tratar a las personas en una crisis humanitaria. La palma en el discurso se la ha llevado el obispo emérito de Tánger, Santiago Agrelo, que ha recuperado el humanismo cristiano, alejado del politiqueo y el equilibrismo del que habitualmente hace gala la Iglesia en España. La mente desviada y perversa de los que hasta en una acogida humanitaria han visto escenas sexuales morbosas supera lo aceptable moralmente. La extrema derecha no defrauda nunca. Y Casado, a lo suyo. Contra el gobierno.