El actor, guionista y realizador francés Cédric Kahn, cosecha del 66, ha declarado -en una excelente entrevista de Rafael Sánchez Casademont para la revista Fotogramas- que la idea de rodar ‘El creyente’ le surgió porque oyó hablar de esas experiencias con toxicómanos en centros religiosos, comenzó a investigar y se encontró con jóvenes que habían estado en esos lugares. Gracias a ellos pudo ir a uno de ellos y le contaron sus historias. A partir de esos testimonios, construyó el guión y la película.
Una película, fechada en 2018, de 107 minutos de metraje, coescrita, como se ha escrito antes, por el propio director, junto a Fanny Burdino, Samuel Doux y Aude Walker. Su excelente fotografía, con tonos fundamentalmente grisáceos con apenas excepciones, la firma Yves Cape. Sigue a un chico conflictivo y heroinómano -un magnífico Anthony Bajon, Mejor Actor en Berlín- que acude a una comunidad religiosa, aislada en un monte, para desintoxicarse. Allí deberá luchar con su dependencia, su propia resistencia a la terapia y la atracción hacia una arqueóloga nativa.
Es curioso que hayan coincidido esta primavera dos películas diferentes y magníficas, un documental y un relato de ficción basado en hechos reales muy críticas con las religiones monoteistas y con el abuso de poder y los delitos de algunas de las personas que las encarnan. A saber ‘Placer femenino’, de Barbara Miller y ‘Gracias a Dios’, de François Ozon.
Esta que nos ocupa, sin embargo, se limita a mostrar, sin discrepar, ni denunciar. Pese a lo cual, su director ha recibido muchas críticas de la comunidad fuente de inspiración de este relato fílmico y ha comentado, en la entrevista citada al principio, que nunca quiso ni hacer publicidad, ni dar mala imagen del catolicismo, y que sí le interesó transmitir “los puntos en común entre la religión y la droga” como “la búsqueda de la transcendencia”
Una sugerente e incisiva declaración de principios que ‘El creyente’ satisface solo a medias. Porque en tales asuntos resulta muy díficil, por no decir imposible, mantener la neutralidad. Aunque su factura y puesta en escena estén muy cuidadas y el clima, entre monástico y carcelario, del centro esté bien retratado. Aunque la relación de fraternidad y empatía -compatible con unas normas y jerarquías muy estrictas- entre los internos, un colectivo exclusivamente masculino pues a las mujeres drogodependientes apenas si se las atisbam esté bien mostrada. Aunque se den todas estas combinaciones, resulta díficil de digerir la sustitución de una alienación por otra, pues la terapia religiosa es esencialista y no admite discrepancias.
Aún así, un filme peculiar y digno que merece ser visto. Y que, además, tiene un reparto muy solvente en el que destacar, además del protagonista ya citado, a nuestro compatriota Álex Brendemühl y a las dos mujeres de peso en la historia, pese a sus fugaces apariciones, como la prestigiosa Hanna Schygulla y la emergente Louise Grindberg.