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El teatro rompe muros en un centro de menores

El teatro ha conseguido romper barreras y barrotes en un centro de menores infractores de Madrid, en el que un grupo de jóvenes, de entre 16 y 21 años, ha descubierto que ?es posible cambiar de rol?, y no sólo sobre el escenario.

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El teatro ha conseguido romper barreras y barrotes en un centro de menores infractores de Madrid, en el que un grupo de jóvenes, de entre 16 y 21 años, ha descubierto que “es posible cambiar de rol”, y no sólo sobre el escenario.

Todo comenzó hace tres años, cuando en el Centro de Menores Los Rosales, ubicado en el barrio madrileño de Carabanchel, empezaron a impartirse clases de teatro, una actividad que a día de hoy se convirtió en una compañía profesional: “La baraka de los rosales”.


El grupo, cuya formación ha sido posible gracias a la colaboración de la Consejería de la Presidencia, Justicia e Interior de la Comunidad de Madrid con la Obra Social La Caixa, recibió sus primeros aplausos el pasado viernes en el CaixaForum de Madrid, con la obra El Dinero, de Aristófanes.

La representación fue la culminación de un proyecto que pretende fomentar valores como el compañerismo y el trabajo, pero que para los menores ha supuesto algo más, ya que ha hecho aparecer ante ellos inquietudes desconocidas, nuevas responsabilidades y, sobre todo, una inesperada pasión.

Para la mayoría de los jóvenes, que cumplen condena por cometer delitos graves, el teatro era “una forma de probar algo distinto”, pero ha terminado convirtiéndose en una oportunidad para “ver las cosas desde diferentes puntos de vista”.

Así lo explica Pedro –como todos los demás, es un nombre ficticio–, de 17 años, que tras cuatro meses en la compañía, asegura a Efe que el teatro le ha hecho “pensar mucho y recapacitar”.

Lo ha hecho con la pieza de Aristófanes, cuyo mensaje es que “quien es honrado y trabajador debe ser pagado con la misma moneda”, máxima que a él le ha llevado a reconocer que “antes, en la calle” habría merecido lo contrario: ser recompensado con “nada bueno”.

Lo que más le gusta es “divertir a la gente”, lo mismo que a Edu, de 18 años, que asegura que su mayor satisfacción viene de la mano del público, cuando “se troncha y aplaude o se calla para centrarse en la obra y poner mas atención”.

Pero este reconocimiento desde las butacas sólo ha sido posible gracias a horas de ensayo y de lectura de los textos, una labor que se encarga de dirigir Amalia, profesora y directora de la compañía, que cree que esta práctica es idónea para ellos porque “el teatro es una madre que no juzga a sus hijos, y desde ahí todo es posible”.

Durante los ensayos, los análisis de los textos y las clases de interpretación, los chicos aprenden a “ponerse en contacto” con ellos mismos.

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