Una delegación gaditana, comandada por el alcalde José María González, y el presidente de la Autoridad Portuaria Bahía de Cádiz, José Luis Blanco, ha viajado esta semana a Málaga para conocer la integración de las instalaciones portuarias en la ciudad en busca de referencias, inspiración y advertencias de cara a afrontar idéntico proceso en la capital de la provincia. No es mal ejemplo, tanto para emularlo como para armarse de paciencia. Basta con pasearse por el bulevar que conduce hasta el Muelle 1, y recorrerlo hasta el faro, para quedar seducido con la propuesta de una ciudad que mira definitivamente al mar, lo vive y lo disfruta.
Reconocen las autoridades gaditanas que van tarde y que todavía hará falta más tiempo aún para hacer realidad un proyecto de idéntica filosofía, aunque también deberán tener en cuenta que el éxito de la nueva Málaga alumbrada en el transcurso de las casi dos últimas décadas no se debe exclusivamente al proyecto de remodelación del puerto, sino a la auténtica definición de su concepto como ciudad total, esa máxima a la que aspiran muchas otras grandes ciudades de Andalucía que todavía a estas alturas no saben lo que quieren ser de mayores o, a lo sumo, están en el intento.
La Málaga que hoy nos deslumbra desde el reflejo mediterráneo que hace suspirar a diario al maestro Alcántara, no es sólo la Málaga del puerto, es la de una ciudad reinventada, primero, desde la recuperación de su centro histórico, y, a continuación, desde su diferenciación y su singularidad, convertida hoy en día en la “ciudad de los museos”, desde el Picasso al Thyssen, pasando por el Pompidou, el CAC o el Museo Ruso, sin olvidar la visita obligada a la Alcazaba o al Jardín Botánico de La Concepción.
La Cádiz trimilenaria podrá asomarse dentro de veinte años al puerto más atractivo del mundo, pero no le bastará con eso, necesitará forjar alicientes que vayan más allá del carnaval o del encanto propio de la ciudad, y es en eso en lo que deberán seguir trabajando paralelamente a la redacción y ejecución de un proyecto que va a ser tan lento como costoso, también celebrado, pero incompleto sin otro valor añadido que la singularice aún más.
En Jerez, por ejemplo, a falta de puerto no lo han hecho las ideas, pese a lo cual parece inconcebible la forma en que han ido pasando los años, y hasta las décadas, sin que haya logrado reivindicarse más allá de las referencias históricas que suponen el mundo del vino, el flamenco y los caballos, a los que desde hace treinta años se les han sumado las motos. También le vale el modelo de Málaga, el concepto, que es la clave de todo: la diferenciación a partir de la intervención. Y en Jerez pasa por la recuperación del centro histórico y por la referencia universal del flamenco. Pedro Pacheco lo tuvo claro desde un primer momento, pero su faraónica propuesta y la falta de apoyos y compromisos comunes terminaron por desestabilizar y derrumbar su Ciudad del Flamenco, después de más de 15 millones de euros invertidos en la Plaza Belén, incluidos los nueve que se llevaron los arquitectos suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron por la redacción del proyecto y la dirección de la obra.
Esas cifras, a las que se calcula habría que añadir otros 50 millones de euros más para la ejecución total de la iniciativa, dan un poco de vértigo comparados con los 2,5 millones de euros que va a aportar ahora la Junta, con cargo a la ITI, para la creación del Museo Flamenco de Andalucía en Jerez, y cuya ejecución final se estima en unos seis millones. Pero, por ahora, la cuestión no pasa tanto por añadir ceros, como por abrir una nueva senda desde la que la ciudad pueda empezar a construir un relato propio en torno al flamenco, similar al que ha escrito Málaga en torno a los museos artísticos. Lo verdaderamente importante es si todos, decididamente, van a ir esta vez a una para hacer que el proyecto triunfe y sea el germen de algo mucho más grande, definitivo y singular, unido a las esencias propias de una ciudad definida en su día como fallida, pero más bien desaprovechada.