Hace ahora 73 años, en diciembre de 1943, la casa de discos Decca publicó un single con la canción Have yourself a merry little Christmas interpretada por Judy Garland. El tema formaba parte de la banda sonora de la película Cita en St. Louis y había sido compuesto por Hugh Martin y Ralph Blane, que se vieron obligados a modificar la letra a petición de la propia Garland y Vincente Minelli, director del filme, ya que era demasiado deprimente, sobre todo si se tiene en cuenta que iba dirigida a una niña de 5 años que está muy triste porque su padre les ha anunciado en Nochebuena que se va a marchar a trabajar a otra ciudad.
Lo cierto es que aquellas modificaciones causaron el efecto apropiado -la letra original no era apta para personas con tendencias suicidas-: en pantalla Judy Garland hizo posible una secuencia inolvidable, apostada en la ventana junto a su hermana pequeña, con su aliento de esperanza por un futuro mejor, y como canción ha terminado por convertirse en la tercera más versionada de la historia dentro del repertorio navideño contemporáneo.
El tema, que apareció en plena II Guerra Mundial, se hizo muy popular entre los soldados norteamericanos esas navidades, aunque alcanzó mayor trascendencia aún justo un año después, en la Hollywood Canteen, un club creado en 1942 para que soldados y oficiales norteamericanos y de las fuerzas aliadas tuvieran un lugar en el que poder comer y divertirse antes de embarcar al frente. Muchas estrellas del cine se acercaban hasta allí para ayudar a servir y animar a las tropas; entre ellas, Judy Garland, que interpretó en directo el Have yourself a merry little Christmas y arrancó las lágrimas de muchos hombres, conscientes todos ellos del incierto destino de una guerra.
Cuando hace algo más de un año se produjeron los terribles atentados de París, alguien se acercó con su piano hasta uno de los lugares de la matanza e interpretó el Imagine de John Lennon. Aquellas imágenes dieron la vuelta al mundo y provocaron que artistas como Madonna imitaran su ejemplo, al tiempo que encogían los corazones de cualquier persona civilizada y afectada por una tragedia de tales dimensiones y, más aún, por sus repercusiones. En Niza volvió a ocurrir otro tanto de lo mismo y esta semana, a unos días de la celebración de la Navidad, hemos visto en las calles de Berlín a numerosas personas portando velas y flores ante el lugar del nuevo atentado y cantando a coro el We are the world.
Muy emotivo, también muy infructuoso e inofensivo, más allá de subrayar que hay sentimientos que no necesitan idiomas o credos para forjar un vínculo colectivo, en este caso frente al terror. Tal vez necesitemos reafirmarlo, aunque sólo sirva de consuelo, pero en ningún caso saciará el ansia de derramamiento de sangre inocente en que se ha instalado el EI como encarnación de la barbarie en pleno siglo XXI; entre otras cosas porque no hay vuelta atrás, y menos aún ahora que han conseguido que la contienda se extienda a nuestro territorio.
En 1944, sin redes sociales ni televisión, fue imposible compartir las lágrimas de aquellos soldados ante la voz de Judy Garland (“Deja que tu corazón ilumine el camino./ El próximo año todos nuestros problemas se habrán perdido de vista”), pero, a diferencia de hoy, aquella interpretación no buscaba la compasión, sino que expresaba un deseo, dirigido, además, a quienes estaban dispuestos a dar sus vidas por poner fin a una guerra, a un genocidio, a una Europa en ruinas, a un futuro sin esperanza, y lo lograron.
Por mucho que duela reconocerlo, el mundo que ahora conocemos, el que se ha levantado durante los últimos 70 años, no logrará ponerse solo a salvo con velas, canciones y flores, aunque sean gestos que nos conecten y nos humanicen, como lo hacen ya nuestros valores, nuestra solidaridad, nuestra cooperación, nuestra esforzada convivencia, porque somos capaces de dar muestra de ella, y la fe de cada uno; así que, en este caso, que la luz de la paz de Belén ilumine el camino y tengáis una Feliz Navidad.