La crisis de los refugiados, que se ha convertido en la principal prioridad del gobierno de Angela Merkel, ha llevado a la canciller a sus horas más bajas desde que llegó al poder y a una dura lucha dentro de las filas de su propio partido.
En marzo hay tres elecciones regionales y la Unión Cristianodemócrata (CDU) de Merkel tiende a la baja en las encuestas de intención de voto.
Mientras tanto, el partido que saca provecho de la crisis es el populista de derechas Alianza por Alemania (AfD).
AfD es un partido de origen euroescéptico, se fundó como rechazo a la ayuda a Grecia, pero su discurso se ha desplazado hacia la crítica a la política de refugiados e incluso tiene cierta cercanía como el movimiento islamófobo Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida).
El surgimiento de AfD va en contra de uno de los principios que ha seguido históricamente la CDU y, sobre todo, su aliada bávara la Unión Socialcristiana (CSU) según el cual se debe evitar que haya un partido legitimado democráticamente a la derecha de esas dos agrupaciones.
En el caso de los refugiados, Merkel ha asumido una postura que está más cerca de las posiciones habituales del Partido Socialdemócrata (SPD) o incluso de las de Los Verdes y no ha hecho nada por evitar la confrontación con sus propios correligionarios.
La canciller acepta que es necesario reducir el flujo de refugiados y que a largo plazo no es viable recibir anualmente a más de un millón de peticionarios de asilo como ocurrió el año pasado.
Pero cree que para ello se necesita una estrategia que empieza por combatir las razones del desplazamiento en los países de origen y por crear condiciones en los países vecinos que permita a los refugiados quedarse allí en lugar de emprender el camino hacia Europa.
Para ello pide la solidaridad de la UE, lo mismo que para lograr un reparto equitativo del flujo de refugiados y para proteger mejor las fronteras exteriores. Todo eso dentro del principio de que quien necesita protección tiene que recibirla y dentro de la convicción de que Alemania puede y tiene que integrar a quienes han llegado.
Ante ello, en la CDU y en la CSU hay impaciencia porque una solución europea, si llegase, tardaría demasiado y exigen medidas nacionales.
El caballo de batalla de la CSU, en confrontación abierta con Merkel pese a tener tres ministros en su gobierno, es la de establecer un tope máximo de refugiados que se acojan anualmente en Alemania, como lo hizo Austria. Los más conservadores de la CDU respaldan esa exigencia y además piden un mejor control de las fronteras nacionales.
El SPD, socio minoritario de la actual coalición de gobierno, ha pedido a Merkel que ponga orden dentro de su propio partido.
"Angela Merkel no puede permitir que la disputa dentro de la CDU/CSU ponga en peligro la capacidad de acción del gobierno", dijo la secretaria general del SPD, Karin Barley, en declaraciones que publica hoy el dominicial Welt am Sonntag.
El ministro de Justicia, el socialdemócrata Heiko Maas, en declaraciones a un grupo de periodistas, dijo que las discusiones dentro de la CDU/CSU están favoreciendo a los extremistas y a los populistas.
La jefa de la CDU en Renania-Palatinado, Julia Klóckner, ha presentado un plan para hacer frente a la crisis que llama plan A2, para evitar hablar de un plan B, como lo hacen los críticos de Merkel.
Klöckner, también vicepresidenta del partido a nivel federal y que desafía en marzo en Renania-Palatinado a la primera ministra socialdemócrata Malu Dreyer, propone medidas nacionales.
"No podemos dejar que la reducción del flujo de refugiados dependa de la buena voluntad de otros gobiernos en Europa", dijo Klöckner en declaraciones al diario Rhein Zeitung.
El plan de Klöckner incluye centros de acogida en las fronteras, desde donde los refugiados pudieran ser repartidos dentro de Alemania o bien deportados por no tener perspectivas de recibir asilo.
La revista Der Spiegel, en su edición de este fin de semana, juega con la hipótesis de que la crisis pueda terminar precipitando el fin de la cancillería de Merkel.
Sin embargo, la misma revista señala que dentro de la CDU no hay una alternativa, si se exceptúa al ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, que tiene 73 años y que hasta ahora se ha mostrado leal a Merkel.