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Sevilla

Recuerdo de Antoñito Procesiones y “La Gloria de España”

Entre los años cincuenta y ochenta coincidieron en Sevilla varios personajes callejeros que tuvieron el favor de los ciudadanos, que se ganaron sus simpatías y afectos por el comportamiento humano ejemplar que siempre tuvieron todos ellos...

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  • Con Bueno Monreal -

Durante más de treinta años, Antonio Sanz Ramos fue personaje entrañable de las calles céntricas sevillanas, siempre con su puro. José María Bueno Monreal, cardenal arzobispo de Sevilla, tuvo especial predilección por las actividades de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. A la residencia de ancianos de la calle Misericordia dirigida por fray Jesús Quesada, iba con frecuencia y allí hablaba con Antoñito Procesiones, al que siempre regalaba un puro. Antoñito, siempre bien trajeado, con su escudo de la Hermandad de Pasión en la solapa, el inevitable puro en la mano, los pies abiertos como era su manera habitual de andar, y reflejando en su rostro la serena bondad de carácter que cautivó a cuantos le conocieron.

Entre los años cincuenta y ochenta coincidieron en Sevilla varios personajes callejeros que tuvieron el favor de los ciudadanos, que se ganaron sus simpatías y afectos por el comportamiento humano ejemplar que siempre tuvieron todos ellos. Gentes entrañables que pasaron por la ciudad sin producir ruido, haciendo amable la convivencia, pese a que ellos, aparentemente, estaban situados por voluntad propia o por las circunstancias de la vida, al margen de las reglas convencionales. Podemos afirmar que Antoñito Procesiones fue uno de esos personajes populares que marcaron época en la Sevilla de la segunda mitad del siglo XX.

Antoñito Procesiones se llamaba Antonio Sanz Ramos y residía desde niño en pleno centro, en la calle Chicarreros número 5. Un profesor de música jubilado, Manuel Rodríguez Ruiz, aportó datos sobre su vida, pues lo conocía desde la infancia como asiduo asistente, junto con sus hermanas, a los conciertos de la Banda Municipal de Música. De joven trabajó en una tienda mixta de bebidas y ultramarinos como repartidor y se ganó el cariño de un grupo de clientes que iban asiduamente a la tertulia del mediodía. Fueron algunos tertulianos los que, para ayudarle, crearon “La Gloria de España”, una sociedad singular cuyo objetivo consistía en pagar un real todas las semanas para que pudiera comprarse sus puros.


“La Gloria de España” comenzó teniendo como socios a los citados tertulianos, pero poco a poco Antonio Sanz Ramos fue ampliando el censo con los propietarios y empleados de los establecimientos de la zona, y de un real a la semana subió a dos reales, y luego a tres hasta llegar a una peseta. De manera que Antonio Sanz Ramos se pasaba casi todo el día cobrando los recibos, pues en todas las tiendas, bares y barberías del centro tenía socios protectores. Comenzó por los establecimientos de su calle y alrededores, como la bodeguita de Entrecárceles, Zafra, Peinado, Cepejón, Valvanera, Sanlúcar, las barberías de Búcaro, Bosch y Berro, Santizo, Abelardo, Pleximar, Macarro, Britaniz, Reyes, Velasco... En todas partes eran bien recibido y “La Gloria de España” se convirtió en una sociedad singular, única en España, que peseta a peseta semanal permitió a Antoñito Procesiones fumar puros y pasarse el día acudiendo a los acontecimientos públicos relacionados con la música. No había desfile ni concierto sin la presencia de Antoñito Procesiones, y en Semana Santa lo pasaba a lo grande de procesión en procesión, siempre delante de la Banda de música o al lado, conversando con todo el mundo, saludando como un personaje popular.

Antonio Sanz Ramos ingresó en la residencia de ancianos de la calle Misericordia de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, en julio de 1982,  donde encontró el cariño y el cuido necesarios por parte de fray Jesús Quesada y todos los hermanos. Allí coincidió con el enano Laureano, con Sixto el sastre, con Paco Arenilla, Miguelito, Valentín, Mariano y con otros veteranos dependientes de comercio, que habían sido socios suyos en “La Gloria de España”. Y allí falleció muy anciano en agosto de 1989.

Antoñito Procesiones esperaba impaciente las visitas del cardenal arzobispo Bueno Monreal, que siempre le llevaba un puro habano. Entre sus anécdotas se cuenta la ocurrida en el Ateneo durante una conferencia de Esteban Bilbao, presidente de las Cortes. Antoñito Procesiones escuchaba la conferencia en la última fila del salón, y a mitad del acto, se levantó y muy resuelto avanzó por el pasillo hacia la mesa presidencial, cogió el vaso de agua del conferenciante y se lo bebió de un solo trago. Luego se volvió al público, y dijo a modo de excusa: “Es que estaba fritito...”

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