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Lo que yo te diga... de Santa Clara

Luis Miguel Morales VS Quique Pedregal.

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Luis Miguel Morales | Manuel se cansó. No aguanta más. Todo tiene sus límites. El barrio, su casa, ya no le valen más excusas, ni más historias, ni más mentiras que no haya escuchado mil veces. Sus oídos dejaron de ser inmunes hace tiempo.

Demasiado. Su hogar, su entorno, es la viva imagen de la degradación y de la incompetencia acumulada tras décadas de dejadez, de desganas y de mirar siempre para otro lado. Cuando la miseria sirvió para sacar tajada al que no le importó aprovecharse de ella sin miramientos.

Le iba el sueldo y la posición. Siempre hubo alguna excusa para no acabar de acometer ni de solucionar lo que tantas y tantas familias han anhelado: tener dignidad.

Porque ésas mismas viviendas que han servido para parchear, para mangonear, para traficar, para enterrar, para avergonzarnos y para sacar todo lo peor que un humano puede llegar a hacer, no dejar vivir al que desea hacerlo. Tras muchos años de lucha, dicen, que todo deberá ser lo que tuvo que haber sido hace varios lustros. Siguen diciéndolo. Ahora todo se convertirá de color de rosa.

Ya saben, la política son como los colores. Depende del que esté gobernando para así acortar o alargar tus demandas. Tiren de hemeroteca. Es así y siempre lo será. Por eso cuando escucho (otra vez) que el final está cerca, que las penalidades se acabarán que Manuel tendrá, al fin, su casa, su dignidad como persona y volverá a sentirse útil, no dejo sino retorcerme en la cantidad de barbaridades que ha tenido que soportar por culpa, no suya –faltaría más- de confiar en los desconfiados, en poner la otra mejilla para que lo utilicen nuevamente y en no hacer ninguna locura.

Las ha pensado, pero ha sido más inteligente que sus verdugos. Lo que sí hay una cosa evidente, ni es santa ni es clara.

El ejemplo denigrante y menos edificante de lo que no se debe hacer con gente humilde. Las prisas de ahora retratan la parsimonia de entonces; las ganas de ahora con la ineptitud de siempre.

Las soluciones deberán seguir esperando. Ironías, la plaza de la Esperanza ha sido de todo menos esperanzadora, convitiéndose en la plaza de la droga, de la dejadez, de la desvergüenza, de la mentira, del despilfarro del dinero público por no atajar ni remediar un drama.

Manuel ya no se cree nada. Le han dado razones a puñados para no creer ni a estos ni a los otros.

Quique Pedregal | Y no puedo estar más de acuerdo contigo. Lo de Santa Clara es de vergüenza. Tirón de orejas generalizado a los que hayan podido hacer algo y no lo han hecho. Y sabemos que es difícil, que es un toro de envergadura, pero nadie le mete mano de verdad… o al menos no se nota. Siempre he defendido que a la familia que no tenga posibilidades hay que ayudarla.

De nada sirve una subvención para comprar libros, por ejemplo, si esa ayuda es en dinero. Señores políticos, entreguen unos vales para libros, o para comer, pero nunca una ayuda monetaria. Ya sabemos lo que pasa, desgraciadamente, en muchos casos.

Habrían de copiar la labor de Cáritas que, uno a uno, van analizando cada caso y solucionando los problemas de los que menos pueden defenderse. Y fíjense, es con buena intención, con preparación, con estudio… y también les dan coba. Pero, ojo, eso no es culpa del que necesita, sino del discurso de la demagogia reinante.

La caridad no es dar dinero. Pensar de esta manera es el mayor error que se puede cometer. La caridad debe mostrarse con la persona, con el ser humano. Mientras tanto, el huesecito de Santa Clara dando vueltas en la boca de la burocracia, entre los dientes de los partidos y de las administraciones.

Un hueso que continúa siendo chupado una y otra vez por una lengua bífida que no es capaz de arreglar el entuerto. Luismi, igual que tú, cansado de mentiras.

Igual que Manuel, pensando que esto no tiene arreglo. Una patata caliente que nadie quiere, con tiritas para tapar una hemorragia. Esperanza, mucha. Necesitamos un cambio de mentalidad y mejores intenciones… lo que yo te diga.

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