El bailaor arcense Marco Flores actúa hasta este sábado en nuestro teatro Olivares Veas con la representación de Tránsito, una escenografía donde se recrea un pasado no estático, no parado, sino un arte en transición constante, como los astros. Alado y ágil, como los astros, es el baile de este hombre que al decir de los entendidos llena el aire de palomas con la gracia de sus manos, y llena el mundo de armonía con su escueta cintura. Le hemos planteado un cuestionario y hemos descubierto que además de un bailaor excepcional es un artista culto, preocupado en el estudio y desarrollo de su disciplina.
—Tránsito es el nombre del espectáculo que representa este fin de semana, hasta este sábado, la compañía que usted dirige. ¿Nos explica en qué consiste?
—Tránsito es una propuesta que estrené en 2011 y nace del momento artístico y personal que vivía en aquélla época. Para mi fue como un alto en el camino, un punto de inflexión en mi carrera, por eso en este espectáculo retomé piezas de espectáculos anteriores y las combiné con otras que creé especialmente para este. Es una mirada atrás, una exposición del momento artístico que vivía en aquel momento y una mirada a lo que estaría por venir en el futuro. Este espectáculo es un fiel reflejo del momento que vivía cuando lo creé, un momento en el que aparte de dirigir y trabajar con mi compañía hacía otras muchas colaboraciones con otras compañías, giras, coreografías y también el tiempo que dedicaba a la docencia. Fue una época muy turbulenta en muchos aspectos aunque también un momento de reflexión. Creo que todo esto se palpa en Tránsito. El flamenco y el lenguaje coreográfico es la vía que utilizamos para exponer todas estas impresiones al público.
—Para todos los arcenses es un motivo de orgullo tenerle en las tablas del teatro Olivares Veas. Háblenos, por favor, de sus inicios en nuestra ciudad, de su infancia y de sus primeros bailes, que imaginamos muy pegados, como todo el arte gitano, al núcleo familiar.
—El flamenco siempre ha estado presente en mi vida. Nací rodeado de él. Mis padres son muy buenos aficionados a este arte y ellos me lo transmitieron a mí. Mis hermanos mayores son bailaores y ya bailaban cuando yo era un niño por lo que el baile es algo que conozco desde que era un niño. Yo empecé tocando la guitarra pero lo que a mí me gustaba de verdad era bailar. El problema es que una formación académica profesional como puede ser la de un conservatorio de danza era inaccesible para mí ya que en aquel entonces el conservatorio de danza más cercano estaba en Sevilla, por esos mis inicios en el baile profesional fueron bastante tardíos, con 17 años. Pero creo que tuve desde pequeño algo que es fundamental que es la afición: el respeto y el amor por este arte.
—Dicen que usted levanta las manos y echa a volar pájaros, y que su cuerpo acaricia el aire como un junco. Ya sabe que una cantaora de Jerez dijo que cuando cantaba le sabía la boca a sangre. ¿A qué le sabe a usted el aire cuando baila?
—En mi caso nunca lo he saboreado o no sabría cómo hacerlo pero lo que si hago es dejarme llevar por él, y es una sensación maravillosa que no siempre puedes tener, pero que cuando lo consigues, todo fluye y es natural, que creo es algo muy difícil de conseguir.
—¿Nos habla de sus maestros, de los bailaores, bailarines o danzarines que lo hayan marcado?
—Como comentaba antes no tuve una formación académica continua, asistí a cursos intensivos de poco tiempo de duración con maestros como Antonio Canales y Javier Latorre. Luego mi aprendizaje vino con el trabajo y con los artistas con los que he tenido la gran suerte de trabajar como Sara Baras, Rafaela Carrasco, Mercedes Ruiz, Olga Pericet, Daniel Doña, Manuel Liñán y un largo etcétera que está por venir si tengo suerte y puedo seguir dedicándome a esto. Yo creo que en el flamenco y en la danza no se termina de aprender nunca y vas encontrando maestros o compañeros que te enseñan cosas siempre. La mejor escuela es la experiencia, el día a día y las colaboraciones con otros artistas.
—Su programa, de sugestivo nombre, Tránsito, tiene apartados que ya desde sus nombres evocan el pasado, como las faenas agrícolas, etcétera. ¿Es su baile un retorno armónico al pasado, a las raíces, a lo hondo del ser humano?
—Yo creo que siempre que queramos encontrar una sabia respuesta o aprendizaje es obligado mirar atrás, para mi es la mejor forma de avanzar. En el flamenco esto es súper importante, para bailar, tocar o cantar bien hay que ser muy aficionado también y estudiar mucho. El flamenco es un océano de sabiduría por sus estilos, sus letras, sus temáticas, su rítmica…tiene todas las herramientas perfectas para lo que quieras contar. Estos palos primitivos a mí me parecen muy ricos e inspiradores además de preciosos. A mí me gustan mucho los contrastes, soy muy extremista y estos palos de raíz me inspiran a la vez avance y evolución.
—Y ya salió lo hondo. Porque el bailaor, que como decimos acaricia el aire o le presta las palomas de sus manos, está incrustado en lo hondo, hundiendo sus raíces en lo hondo. ¿Le parece que es así?
—Creo que sí, que la raíz y lo hondo es el trabajo, la constancia y el conocimiento y que son las bases necesarias para una buena evolución.
—Buscando su dirección para entrevistarle nos dijeron que estaba usted en Japón, con lo lejos que está eso. ¿Definitivamente, a juzgar por sus viajes, es el baile un lenguaje universal?
—He estado en México, llegué la semana pasada y me fui a Francia casi de seguido. Somos muy afortunados los flamencos porque el flamenco es un arte universal, respetado y admirado en el mundo entero.