Tiene la Semana Santa de Jaén un sabor distinto al del resto de celebraciones de esta tierra que aparca su tristeza durante unos días y vive una de sus tradiciones más arraigadas. Tiene nuestra Semana de Pasión un carácter más familiar que aquellas que disfrutan otros hermanos andaluces. Es esta tierra de emigrantes que dejaron sus hogares con una maleta de hambre y pena la misma a la que regresan cada año a comulgar con su tradición, la de un pueblo que vive con acervo su Semana Santa. Desde que el próximo domingo, ‘la Llamá’ abra las puertas del templo de Belén y San Roque para dar paso a la entrada de Jesús en Jerusalén, miles de ilusiones pasearán por las calles de Jaén. Miles de niños seguirán con su mirada curiosa los pasos de Misterio, felices y contrariados porque no entienden que un hombre bueno deba morir. Como una estación de penitencia, la semana irá transcurriendo hasta el día grande del Jueves Santo, cuando Nuestro Padre Jesús Nazareno, ‘el Señor’, ‘el Abuelo’ haga olvidar vilezas y sinsabores, cuando la imagen más venerada de Jaén, incluso en toda la provincia, ilumine la madrugada jienense y recorra sus calles con paso cadencioso, tenue, acompañado por las marcha del maestro Cebrián. Hay pocos momentos tan emocionantes como ‘el encuentro’ ante la Catedral de Jaén, la única obra que es capaz de hacer sombra a una de las tallas más bellas de toda la Pasión andaluza, que bien podría ser declarada también junto al templo de Vandelvira, Patrimonio Mundial.
Jaén
Adiós a los sinsabores
Durante una semana miles de jienenses disfrutarán de la Pasión según Jaén, más recogida y familiar que otras
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