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“Yo me apunto a los cien años, pero no veré el Ayuntamiento abierto”

Manuela Estrada López, 'Manolita la del Ayuntamiento', recuerda una ciudad pasada que contaba con más alicientes que en la actualidad.

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No estaba programado, pero la entrevista la ha cogido en medio de una nueva polémica sobre qué hacer con el edificio del Ayuntamiento de San Fernando, si darle un lavado de cara o bien restaurarlo conforme al proyecto ganador del concurso de ideas que en 2004 sentó las bases de la recuperación de su esencia y su adaptación a los nuevos tiempos y necesidades.

Por eso cuando se llega a ese tema se le entristecen los ojos, esos ojos de Manolita que despiden ráfagas de vitalidad en cada mirada, y dice que aunque se ha apuntado a llegar a los cien años y a la propina que le depare la vida, “no veré el Ayuntamiento otra vez abierto. Yo creo que no lo veré abierto”.

Manuela Estrada López tuvo por padre a un hombre que marcó las horas en el edificio consistorial, y es una afirmación literal. Era el que se encargaba de que el viejo reloj mecánico -se cambió por uno nuevo de quarzo que incluso daba notas musicales- diera las horas lo más en punto posible, porque esos relojes no eran los de ahora.

Se jubilaba el 10 de septiembre de 1994, pero dejaba detrás más de 49 años de trabajo como funcionaria, 12 en la Secretaría General y 38 en la Alcaldía, por lo que es una de esas personas a las que se les podría preguntar por todos los secretos de alcoba municipales, aunque como todos los que tienen ese puesto, no hablan ni aunque les apunten con una pistola.

Conoció a todos los alcaldes “cuando el alcalde era el alcalde” desde Benito Cellier, que sólo estuvo un año en la Alcaldía, pasando por Rafael Granado, que estuvo apenas ocho meses. Entonces los alcaldes no estaban cuatro años en el cargo como ahora, por lo que en el caso de que no salieran buenos podían devolverse. Ventajas de la Dictadura, que no todo iba a ser malo.

Luego llegó la época de Francisco García Ráez, que estuvo en la Alcaldía 21 años y con el que Manolita se curtió, teniendo en cuenta que entró en el Ayuntamiento con 16 años. Lo nombró el gobernador civil, que era el que señalaba con el dedo tanto para asumir el cargo como para dejarlo.

Una Isla distinta
Era el alcalde de una ciudad distinta, más pueblo que ciudad, y una época que Manuela Andrades considera muy fructífera. “Se hicieron muchas cosas. Las calles eran de chinos, no había alcantarillado. Se hicieron las casas de San Onofre, Buen Pastor... que eran casitas de lata y las de la barriada España, junto a las Casas Baratas”.

Fueron los años de desarrollo, la conversión de un vertedero en el Parque Almirante Laulhé y un atisbo de expansión de la ciudad con alcaldes preocupados de lo perentorio, de solucionar el problema de la gente. Algo mucho más fácil que ahora puesto que no existían los instrumentos urbanísticos de actuales. Aunque las consecuencias de esa falta de ordenación han llegado a la actualidad.

También era la época en la que la autoridad era la autoridad, como no podía ser menos, y Manolita recuerda especialmente a García Ráez por el simple hecho de haber estado 21 años con él, aunque no suelta prenda sobre qué alcalde fue el mejor de los muchos que conoció. “García Ráez estaba volcado por completo con la Alcaldía”.

Pero no todo era trabajo para Manolita la del Ayuntamiento, a pesar de que las cosas no funcionaban como ahora. Tal es así que Manolita, en las pocas veces que iba al cine, se podía encontrar con un anuncio reclamándola en el cuerpo de guardia de la Policía Municipal. “Estaba en el cine y decía que la señorita Manolita se presente en el cuerpo de guardia, y decía el cuerpo de guardia,  como si yo fuera una delincuente”.

Eso lo arregló -lo de la llamada por los altavoces, no que la llamaran- conviniendo con el acomodador que ella le diría dónde estaba sentada y el acomodador iría a llamarla de forma más discreta si se reclamaba su presencia en el Ayuntamiento. ¡Ahora iban a dejar los sindicatos que pasara una cosa así!

La diversión
A lo que íbamos. No todo era trabajo. “Yo me divertía muchísimo en el poco tiempo que tenía, porque yo me coloqué con 16 años. Paseábamos por la calle Real, que me gustaba muchísimo más que ahora, con su acera de los tramposos y todas sus cosas, paseando de arriba a abajo. Yo tenía una tía que vivía en Florencio Montojo e iba desde mi casa todos los días, con lo que me paseaba por toda La Isla. Y como yo, las demás”.

Los marineros “nos decían unas cositas” por la calle San Rafael, por donde pasaban los de Marina, los de Infantería de Marina, los trabajaores de la Bazán, los de la Constructora... “toda esa calle San Rafael llenita de gente de uniforme. Y ahora...”

Había quien pescaba a uno con galones “y otras que no se dejaban pescar” y curiosamente, había más entretenimiento alternativo a los paseos por la calle Real que en la actualidad. “Estaba el Cine San Fernando, el Teatro de las Cortes, el Cine Salón, el Cine Alameda, la plaza de toros en verano, Madariaga... más que ahora”.

A eso se unían los espectáculos que llegaban al Teatro de las Cortes y a la plaza de toros, flamenco, revistas... mientras que en los días normales había que trabajar “pero había gente.Hay mucha diferencia. Hoy no se divierten como nosotras, que nos divertíamos con cualquier cosa”.

Mucho trabajo
Ni que decir tiene que a Manolita le queda lejos lo de la inserción laboral de la mujer, aunque en sus tiempos sólo había cuatro mujeres en el Ayuntamiento, pero la peculiaridad de San Fernando proporcionaba trabajo a muchas mujeres, en Capitanía, en el Observatorio, ya empezó la Bazán y la Constructora.

“Una amiga mía entró más chica en la Constructora porque murió el padre y en vez de una pensión le daban un trabajo a la hija”, lo que abunda en ese dicho de en La Isla los trabajos se heredaban. Ese bienestar posiblemente dibujó a una ciudadanía con mucho tiempo libre, con un nivel cultural alto y también a una ciudadanía muy acomodada y poco emprendedora, en relación a las ciudades del entorno.

Llegada la etapa democrática, Manolita conocía a Fernando Rodríguez Viañas, que estuvo poco tiempo y a Avelino Arias Soto, antes de encontrarse con el último, Antonio Moreno Olmedo, con quien se jubilaría en 1994.

Ahora Manuela Estrada López mirá atrás con los recuerdos muy presentes, pero también al futuro. Dice que sueña con que sigue en el Ayuntamiento “y sueño que todo lo hago mal, no sé qué sentido tendrá ese sueño”. Con el optimismo que ha paseado por La Isla durante su vida, dice que se ha apuntado a cumplir los cien años de edad y la propina, si llega.

Y así llegamos al principio, a esa nostalgia y a ese halo de tristeza cuando se le pregunta por el edificio consistorial en el que vivió ocho horas diarias durante 49 años, más las salidas del cine previo anuncio por los altavoces. “Yo creo que no lo veré abierto”, dice pesimista, aunque su optimismo natural quizá no le niegue la esperanza.

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