Durantes muchos años, demasiados, el Carnaval portuense caminaba sin faro, sin guía y sin un plan previsto que le hiciera retomar la senda de antaño. Muchas ideas y ninguna acertadas, improvisaron el discurrir de una fiesta de capa caída, que se moría y que caía a los infiernos sin frenos.
Moribunda, desengaña y cansina deambulaba con más penas que gloria año tras año. Reanimarlo y que volviera a resurgir de sus cenizas iba a costar algo más que intenciones. En el recuerdo, tiempos pretéritos que añoraban épocas pasadas. Momentos grabados a fuego que volteaban una realidad bien diferente a la que tocaba vivir.
La memoria colectiva, recelosa, no hacía sino apagar cualquier intento de retomar el camino correcto. Momentos florecientes que golpeaban la conciencia portuense que añoraba lo perdido. Eso que quedó anclado en generaciones pasadas y que alguna que otra foto y algún que otro vídeo polvoriento, volvía a revivir la nostalgia.
Lugares, estampas, vivencias, grupos, personajes, peñas, un cúmulo de situaciones que se perdieron para siempre. Un trozo de historia que quedó en cada corazón carnavalero.
Pero todo eso es recuerdo, evocación y melancolía que no debieran sino servir para consolidar y cimentar el crecimiento conseguido en los últimos años. Algo se mueve, algo ha cambiado y el renacer está en marcha.
El florecimiento no es casual. Las nuevas generaciones con ilusión y con un trabajo constante, empiezan a recuperar el tiempo perdido. Compromiso y empeño no faltan al que suspira por ser protagonista en el florecimiento del Carnaval portuense.
Febrerillo el loco no aplaca sus voces, tiene su continuación en verano con las chirigotas callejeras, un reclamo para matar el gusanillo y de paso dar vida y alegría al calor veraniego.
Calidad
El pregón no fue sino el preámbulo de los nuevos tiempos que corren y el Concurso volvió a brillar como nunca. Ambiente, calidad y coplas forman el trío perfecto que demandado, por fin, tiene el sentido de la fiesta. Hasta 40 agrupaciones se inscribieron en el Concurso. No todas pasaron por las tablas.
El lugar negro fue las cuatro ausencias del miércoles que deslucieron la función. Cuatro semifinales, que hoy tendrán su culmen con la finalísima que acogerá a lo más granado de él. Apunta a noche grande.
En ella estarán agrupaciones que brillaron con luz propia. Los Majaras, con alguna que otra novedad como la de Fali Vila y con sonadas ausencias, volvió a tomar el sello inconfundible del grupo con Al mal tiempo buena cara, que inundó de positividad de la sala.
Los repertorios más locales con el descaro y letras reivindicativas de la chirigota del Melli, Las hijas del Pelajigo o la resurgente cantera con Dime si me quieres, de Paco López Doello.
O las contrastadas y que siguen en su línea ascendente como la comparsa del Zampi, de Los asaltacunas.
Ni que decir tiene la vuelta esperada de Los Gitanos, que con Juanito el papelera barrió con su poderío sobre las tablas. Pujanza y garra de una agrupación que no defrauda nunca. O el ‘guerrero’ Villanueva siempre reivindicativo con sus letras inconformistas. La seriedad, el encorsetamiento y la creatividad moderada luce como en ningún sitio en el Teatro. Éste premiará las mejores coplas y los mejores repertorios.
Pero el Carnaval no empieza y termina sobre unas tablas. La esencia de ella, se vive y se disfruta en la calle. La alegría, el divertimento y la génesis en cuestión, tiene entre el pueblo a su gran aliado. Sin él, no tiene sentido de existir.