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Desde la Bahía

Efemérides de septiembre

Han pasado 120 años desde la concesión de aquel premio Nobel, el primero de los siete que tiene España

Alguna vez fuimos “nuevos ricos”, pero no por sorteo, sino por trabajo y sacrificio. Fue la época en que se hizo realidad la frase de “el sol no se pone en mis dominios”, ya que estos se encontraban situados en ambos hemisferios. Eran los tiempos de Felipe II, un rey que sabía desempeñar el cargo de alta dirección para el que había sido asignado y que tenía como cualidades personales e innatas su capacidad de gestión y administración, por eso la actualidad lo considera como un brillante ejecutivo.

Tras un millar de veces intentando conseguir iluminación eléctrica, por fin Thomas Edison consiguió la bombilla incandescente, con filamento de carbono y vacío en su interior. Se recuerda por su éxito, no por el número de ocasiones en que fallidamente lo intentó. Por eso se hace historia triunfadora de nuestras acciones de reconquista para forjar un Estado duradero. Se ensalzan los dirigentes (reyes y descubridores) de aquella, sin par, época que tuvo hasta su siglo de oro de las letras y se presume de los dominios y riquezas conseguidas, gracias a superar a todos los pueblos hasta entonces existentes. Nuestra historia es un diluvio de luces con un atardecer sombrío. Por muy rancio, arcaico, antiguo o fuera de lugar que se consideren los siete pecados capitales, en el país en que vivimos sigue siendo un triunvirato totalmente vigente la envidia, la soberbia y la pereza. Este triunvirato, germen de una malicia sin límites, tiene capacidad para hacer del atardecer sombrío una noche de inundaciones, un tsunami, que acabe con todo lo existente. España es diferente. Quizás sea el único país en que no importa pintar un grafiti sobre una obra de arte con tal de que con ello se insulte al vecino, que presume de disfrutarla como tesoro áureo. El 14 de septiembre, un mes como el que ahora vivimos, pero de 1916 a pesar de que su lucidez se conservaba con la misma solidez de un arco de acueducto, su cuerpo no le seguía en este navegar con entusiasmo por el mar de la existencia y naufraga de manera irreversible la vida de D. José de Echegaray y Eizaguirre.

Desde un año antes, ya no tenía relación con cargos gubernamentales que fueron múltiples y variados, desde direcciones generales a titular de Ministerio. Ingeniero de Caminos a los veinte años, fue primero en su promoción. En la universidad se enseñaba a los alumnos a mantener una ética estricta, basada sobre todo en el esfuerzo personal, unida a un sentido liberal de la vida y admirar a países europeos más avanzados. Su preparación científica, matemática y el valor de sus trabajos lo diferenciaban de la mediocridad zángana de la época y fue parte de esa minoría que fomentó la riqueza y progreso del país. Estaba muy fuera y por encima de los se apuntan al “café para todos”,  sin aportar ningún valor para merecer tal bebida. Ama tanto este matemático la dignidad del trabajador, como las legítimas diferencias basadas en el talento y el esfuerzo personal y no tuvo reparos en vincular el atraso español en ciencias con el despotismo político y la intolerancia religiosa. Pero había un “as” oculto, relegado y cubierto de polvo, en uno de los ángulos más angosto de su cerebro y consiguió descubrirlo y levantarlo de aquel insulso éxtasis: su debilidad por el teatro y las letras y fue dramaturgo y poeta. Sus obras traspasaron los muros hispanos, algo que no estaba ocurriendo entonces y llegaron hasta la misma Suecia, que no tuvo objeción alguna en otorgarle el premio Nobel de literatura -el primero para España- en el año 1904 junto a Frederic, poeta provenzal.

La “espina irritativa” había surgido. El “triunvirato citado” emerge con agresividad volcánica. Se escandalizan las vanguardias literarias españolas, pero lo que no es explicable es que lo hiciera y con inusitada violencia verbal, la Generación del 98. Azorín, Valle-Inclán, Baroja, Unamuno, los Machados, Maeztu -entre otros-, Rubén Darío o Emilia Pardo Bazán. Hubo insultos, ataques y comunicados, un manifiesto en el diario España de jóvenes escritores contrarios a la idea de un homenaje, al reciente premio Nobel, “porque nuestros ideales artísticos son otros y nuestra admiración muy distante”. Sus obras se sintieron relegadas y consiguieron destruirlas. Su figura fue denostada porque encarnaba una España corroída por los prejuicios y la superchería. No se pensó -o se pensó con envenenada inquina- que era el único español relevante en la comunidad científica internacional y que sus obras habían triunfado en Londres, Berlín, París y Suecia. Se consiguió -en eso la envidia es genial- que no se representaran en el futuro sus obras, que nadie recitara sus versos y el silencio fue sepulcral. Valle-Inclán fue el máximo exponente de la idea de degradarle, llamándole “viejo idiota” a este ilustre matemático y reconocido poeta y dramaturgo. Se cuenta que estando enfermo en el hospital Valle-Inclán, precisaba transfusión sanguínea. Entre los voluntarios Echegaray, a pesar de los insultos hacia él proferidos. Valle-Inclán, con un escaso y tímido timbre de voz, no faltó la soberbia y le dijo: “No quiero su sangre, está llena de gerundios”. Como contrapunto a este odio, Mariano de Cavia escribió “aquí yace el siglo XIX”, un digno epitafio.

Han pasado 120 años desde la concesión de aquel premio Nobel, el primero de los siete que tiene España.

Hoy he recordado, a pesar del manifiesto que firmó este contradictorio escritor que fue Antonio Machado, unos versos suyos, que cobran gran realidad en este primer cuarto de siglo XXI: La envidia de la virtud/hizo a Caín criminal/Gloria a Caín, hoy el vicio/ es lo que se envidia más. Y sentenció “de lo que llaman los hombres, virtud, justicia y bondad, una mitad es envidia y la otra no es caridad”. En la actualidad los hombres y mujeres excelsos están relegados al “atardecer sombrío”, se procura que su voz no llegue a las ondas electromagnéticas, que sus enseñanzas no atraviesen los muros de la difusión. Su virtud no interesa, su esfuerzo solo si es aprovechable por los rectores del poder, el silencio la norma a obedecer. El diluvio de luces, retrograda a diario. Lo componen masas mediocres, luces de quinqué, que no se han enterado, ni llegarán a conocer mediante estudio que es una corriente de electrones. Florece la mentira en sus dos amplias vertientes. Una, dando la limosna necesaria para mantener al pobre, al que engañan, en su tendencia votante y, otra, dándole bienestar y riqueza a aquellos que nunca moverán la tierra para que germine una semilla, pero no olvidarán la fraudulenta demagogia, de sus ideales de partido. Ahora se intenta ser nuevo rico, pero por sorteo, según lo que nos toque del reparto de monedas europeas. Y seguimos vendiendo nuestro suelo a bajo precio, sin obtener más beneficio que la burla o el ridículo, pero perseguimos con ensañamiento a los hombres eficaces en comercio y ganancias.

Generación del 98, ni os amo, ni os odio. Seguiré recogiendo lo mejor de vuestras enseñanzas y guardaré, sin olvidarlos, los absurdo recuerdos de vuestra aversión hacía un hombre excepcional, qué siendo un sublime matemático, también tuvo su “genio” como escritor, algo que también le ocurrió a otro matemático, Bertrand Russelll, pero por Inglaterra quizás no se pasearon los pecados capitales al no encontrar en sus calles los colores que le alientan.

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