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La clase de Anatomía

El corazón no regenera, porque lo que genera lo mantiene firme y sin inclinaciones desequilibrantes y peligrosa

Publicado: 21/07/2024 ·
18:22
· Actualizado: 21/07/2024 · 18:22
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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El aula donde se impartían las clases de anatomía era como los dos tercios de un coso taurino. El tercer tercio estaba ocupado por una amplia mesa y un portal de pizarra donde se trazaban con colores muy diversos los distintos dibujos que ayudaban a comprender con sentido de espacio y forma, las explicaciones que el profesor solemnemente y con elocuencia persuasiva exponía.

La anatomía no es solo ver la manzana en el árbol, sino observar cuando se sirve a la mesa su estructura, su forma y cómo están relacionadas las distintas partes que la constituyen. Llegar hasta el corazón de la misma que es su “quintaesencia”. Llevada al ser humano, el estudio anatómico del mismo, tiene un aire entre sapiencia, curiosidad, intrusismo, sorpresiva complejidad de su estructura y una decepción del ánimo, al observar la quietud de estatua de los tejidos sin acompañante espiritual.

Gracias a su estudio, el conocimiento anatómico ha hecho posible el intercambio de órganos entre las personas sin deterioro de carácter o personalidad, que solo reside en su cerebro. Pero hoy el artículo de opinión se viste con la túnica de la fábula, la imaginación y la ilusión, tras la lectura del poema de Eusebio Blasco “explicando una tarde anatomía”.

El corazón es el protagonista de este conjunto poético, esa máquina maravillosa que tantas veces ha tenido en su mano el Profesor Revuelta Soba J., para repararla o trasplantarla, lo que no hizo más -como dice en su libro- “que aumentar mi asombro ante este prodigio de la naturaleza” al par que nos indicaba que evitásemos nuestro maltrato habitual de este órgano, para que “siga funcionando fuerte y saludable durante muchos años”. Pepe Revuelta es el lujo que esta isla luce.

Explicaba la lección de Anatomía, el sabio profesor. Su descripción del órgano es perfecta. Si fijamos la vida media actual alrededor de 80 años y tenemos la curiosidad de saber la cantidad de segundos que hemos vivido al llegar a esa edad, la cifra es billonaria. El corazón late algo más rápido que el segundo horario, ya que el término medio de contracciones cardiacas por minuto podemos cifrarlo en unas 72 pulsaciones. El milagro ya está consumado. Pero su condición es muy distinta a las agujas del reloj, el corazón no puede pararse, no hay descanso posible. Inaudito y ni siquiera nos damos cuenta de ello. Hay un latir continuado en nosotros en el sueño, el descanso, la actividad física, la intelectual y el enamoramiento, donde late con la prisa propia del que quiere conseguir el agua para calmar su sed. No es posible la vida sin esta víscera y no tiene duplicidad a pesar de ser imprescindible. La causa por la que el creador lo hizo así, es totalmente incomprensible para los seres humanos, pero es seguro que no le faltarán sus razones. En ello se apoyó el profesor para darle a sus alumnos la certeza de su importancia.

Los sinónimos son la abundancia, la riqueza del idioma. Los refranes, el gasto de parte de esa riqueza en juguetería animada. Tiene además el corazón un carácter claramente religioso de imagen divina. Sabemos que es un músculo que su cuantía neuronal es escasa en relación a áreas cerebrales, como sabemos también que la imagen que adoramos ante su altar, tiene estructura de material inerte, pero el éxtasis y la mirada de la persona que ora y la sensibilidad y cambios de ritmos cardiacos, en concordancia con los avatares diferentes de la vida, que el ser humano experimenta, los elevan por encima de lo que su composición material indica y los hacen totalmente sublimes. Por eso tenemos frases como “no le cabe el corazón en el pecho”, “adonde el corazón se inclina, el pie camina”, “ser de buen corazón o de corazón blando”, “levar el corazón en la mano”, frases todas que definen bondad, afecto y amor. También están las contrarias “no tener corazón”, “ser duro de corazón”, “si el corazón fuese de acero no le vencería el dinero”, “corazón de hielo” para definir a las personas que tienen en el resentimiento la envidia o la maldad su centro de producción de estímulos malvados. Pero hay una frase que es de gran severidad y certeza “el corazón también se para, cuando la fuerza del dolor y la tristeza es superior a la de la sístole”.

Hubo silencio en el aula. Los alumnos observaron el cambio a la palidez cérea del rostro del profesor. Su exclamación les dejo asombrados. Dicen que no se puede vivir sin la víscera cardíaca. Error, enorme error. Una hija mía ayer se fue de mi lado, me abandonó. Los hijos que abandonan a sus padres no tienen corazón. El ensimismamiento y la lejanía de la realidad que esta seudodeserción le produjo al profesor, le impidió dirigir su mirada y, sobre todo, sus oídos hacia el rincón del aula donde un joven comentó a su amigo: “Piensa que a su hija el corazón le falta, y es que lo tengo yo”.

Las esporas de los helechos de mi patio se desprenden para ir a formar una nueva planta. Es inútil e imposible el querer retenerlos en el envés de sus frondes. El amor da al corazón la fuerza para su fuga hacia el enamoramiento. No hay propiedad paterno/materna. Los progenitores no pueden ser caciques, especie de patronazgo o unión, de la que el corazón se ausenta y que define mejor a las uniones pseudo amistosas de personas o partidos, que se intercambian favores que benefician en realidad más al cliente que al patrón, aunque este último consigue las ayudas necesarias para que su poder continúe, sin fisuras molestas. Nos estamos acostumbrando a estas formas de unión que son la antítesis de la relación que debe existir entre padres e hijos. El corazón tiene las cavidades necesarias para poder albergar los más cálidos recuerdos y las más precisas realidades. Las artimañas no tienen hueco aurículo/ventricular para depositar sus nefastos nidos. El corazón no regenera, porque lo que genera lo mantiene firme y sin inclinaciones desequilibrantes y peligrosas. Cuanto tenemos que aprender de esta víscera. Pero seguiremos dándole la espalda o no comprendiendo como lo ocurrió a este profesor que hoy citamos, porque anteponemos la sinrazón a los sentimientos, la soberbia a la humilde y sencilla vida rítmica de los latidos cardiacos, la falsa intelectualidad y el sentido material al milagro diario de la vida, la relatividad al sentir responsable de un corazón, sin ocio vacacional, ni reposo “sestero”. Cada día que pasa estoy “más cerca del corazón”, como aconseja el libro del profesor Revuelta que hoy he vuelto a releer.

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