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Jerez

Vivir la Feria, los siete días

Llego a casa y coloco la flor en la mesilla, pero dentro de un rato nos vemos otra vez, porque una jerezana de bien saca siempre fuerzas de flaqueza

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  • La Feria del Caballo, este miércoles. -

“Vivir la Feria, los siete días”, dice la sevillana, y yo eso siempre me lo he tomado muy a pecho, para que no me ocurra como al Blitz, de ‘Cómo conocí a vuestra madre’ y, el día que yo no vaya, sea el mejor día de la semana.

Contra todo lo que podáis pensar, la magia no empieza el sábado, cuando se alumbra la noche más bonita del año. Como ocurre con casi todo, la ilusión está en los preparativos, así que mi Feria comenzó cuando, allá por marzo, acompañé a mi amiga a comprarse un vestido nuevo, con sus lunares y sus volantes, como está mandado, y se extiende a cada tarde de playa, apurando ratos y rayos para llegar al Real como es debido, ‘torrao’, que diría mi abuela -esto es de primero de feriante-.

Y llega la noche bendita, la más especial porque, como todo el mundo sabe, en Jerez el Año Nuevo es en mayo y no hay más que hablar. Como todos los años, hay males de muchos que se visten de gala y pies que todo lo pueden bajo la premisa de que lo mejor está por venir, con la promesa de una Feria inolvidable. Conforme me voy acercando, ya huele a buñuelos, a algodón de azúcar, ya huele a Feria.

Dos tierras sagradas tiene esta ciudad: una es la albariza y la otra el albero; por eso yo, como todos los años, al llegarla toco y me santiguo, no vaya a ser... Como todos los años, rezo por tener una buena Feria y, en ofrenda al dios Baco, me coloco en la oreja el clavel que hace un mes me regaló un nazareno pequeñito, porque Jerez es devota y profana a la vez.

Llego a la caseta y las veo. Como todos los años, la Toña y la Malena ya están bailando. Y la Pilar. Y la Juana. Y la María. Es entonces cuando me bautizan con vino fino y, de pronto, como diría Manuel Molina, todo es de color. Suena un grupito y lo jaleamos, uno de los tantos artistas que, en un despliegue -que es para todos-, acaban de confirmar por qué esta es la mejor Feria del mundo.

Se va llenando la caseta. Hay abrazos de júbilo, reencuentros en forma de jarra y, ¡cuidado!, que el albero resucita viejas pasiones. Pero, “¿quién se resiste siendo gitano?”, decía esa bulería. Y es que en esta ciudad efímera todo es posible por una semana.

La noche transcurre en un bamboleo y nos sorprenden las claras del día. Vaya por Dios, ha vuelto a pasar. Llego a casa y coloco la flor en la mesilla. Dentro de un rato nos vemos otra vez, porque una jerezana de bien, cuando llega la Feria, saca fuerzas de flaqueza y se acoge al lema “si hay que ir se va, ir por ir no”. Por eso, a las horas, me levanto, me coloco de nuevo la flor y el mantoncillo, y camino entre volantes en busca de una Feria eterna porque, como decía la sevillana, hay que “vivir la Feria, los siete días”.

 

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