A Don Juan Carlos le han dado familiares y amigos una gran fiesta en Emiratos Árabes por su 86 cumpleaños, y el Emérito aparece en las fotografías del ‘Hola’ con la mirada extraviada y una sonrisa absurda. Hay una línea exenta de los Borbones que viene del alfonsino Don Alfonso XIII y llega a la princesa Leonor. Pero luego hay otros Borbones, como ocurre incluso en las mejores familias, que han borboneado en la vida, que han brujuleado en la Historia, y que han fastidiado el invento. Don Juan Carlos I, un suponer. El Emérito ha dilapidado un prestigio enorme en un país con numerosísimos e importantes republicanos que se decían ‘juancarlistas’, sobre todo desde la noche de los tricornios del 23-F de 1981 y Don Juan Carlos defendiendo la Constitución en su discurso televisivo tras el “sesientencoño”. El Emérito perdió la credibilidad a raíz de lo que ya en 2014 denunció Alberto San Juan en la obra teatral ‘El Rey’: “se había convertido en el mayor comisionista de España”. Por su adicción a aquella máquina de contar dinero que denunció la oscura Corinna Larsen, mujer de una belleza rubia deslumbrante y de una sombría inteligencia para los negocios. Entre Corinna y Bárbara Rey, reinona del papel couché desde antes de la Transición, también se diluyó el Emérito.
Pero ahí están Los del Río cantando a Don Juan Carlos en los Emiratos, entre la alegría algo forzada y las sonrisas tristes de algunos invitados, la ausencia de Doña Sofía, y la presencia de sus hijas Elena y Cristina, y también de sus nietos, entre ellos Froilán, frecuentador de fiestas (como su abuelo), y Victoria Federica, aficionada a los toros. Porque Don Juan Carlos habita en un mundo que ya no existe, en un Reino sin reino, don Juan Carlos está en el pasado aunque las fotografías se hagan en el presente, el Emérito es como una pintura de Velázquez colgada en la pared de un palacete de Emiratos Árabes en lugar de en el Museo del Prado. Por eso debería regresar e instalarse en España, porque el Emérito representa a la nada y la nada se nadifica, y este país con tantas heridas abiertas, que se desangra políticamente, no puede permitir que Don Juan Carlos se nadifique en el extranjero, porque no cabe ni una sola dosis más de odio en las venas de España. El Emérito habita en una historia sin mayúsculas, en una historia vulgar pero sin el vulgo. Pero ahí está el fiestón a este anciano monarca que parece uno de esos personajes de Alejandro Dumas de los que se ha vengado cruelmente la vida. “¡Ay Macarena!”