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'No me gusta conducir' o cómo superar el test de las segundas oportunidades

Borja Cobeaga narra, con un reparto bien arropado, las vicisitudes de un profesor que decide sacarse el carné mientras intenta recomponer su vida

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Puede que Borja Cobeaga no haya dirigido hasta ahora ninguna película o serie memorable, pero su obra resulta reconocible, recomendable en muchos casos, sobre todo cuando se decanta por su peculiar sentido de la comedia romántica -Pagafantas y No controles, además de muy divertidas, revelan su capacidad para incorporar las claves del género a un contexto mucho más doméstico que sofisticado-. Sin olvidar su apuesta por cierto riesgo, como ha demostrado al abordar el “universo” de ETA desde el prisma de la comedia a través de Negociador y Fe de etarras: se le agradece el empeño, el atrevimiento, aunque el resultado se  quedara a medio camino, o la osadía misma.

Ahora regresa a la televisión de la mano de HBO con No me gusta conducir, una miniserie, casi una comedia contemporánea y costumbrista, pero sobre la que planea esa seña de identidad de lo doméstico para establecer el tono y el sentido de lo que nos cuenta, que va, esencialmente, sobre las segundas oportunidades, como subraya asimismo con el omnipresente recuerdo de aquella mítica producción didáctica de TVE de finales de los 70, La segunda oportunidad, dedicada a la seguridad vial, y en la que se recreaban accidentes de tráfico y cómo poder evitarlos.

Su protagonista (Juan Diego Botto) es un profesor universitario que, tras un fracaso sentimental, decide “reconducir” su vida afrontando, en primer lugar, el que se ha convertido en casi un trauma personal desde pequeño: ponerse  al frente de un volante. Tras apuntarse a las clases de una autoescuela en la que, obviamente, es el alumno más veterano, va progresivamente enfrentándose a distintos miedos que permanecen latentes en su cabeza, desde su fracaso como novelista y casi como profesor, hasta su aburrida existencia y absoluta falta de empatía.


Cobeaga lo cuenta todo en seis capítulos de corta duración. Lo hace de forma amable, a ratos muy divertida, como ocurre en la primera mitad de la serie, pero, sobre todo, arropado por un reparto que entiende muy bien el papel compensatorio que tiene que desempeñar en el conjunto de la serie, con mención especial para Lucía Caraballo -alumna y compañera de clases- y David Lorente -excelente en la composición de su personaje de monitor-. No me gusta conducir tampoco es memorable, pero se deja ver y sabe cómo tocar determinadas fibras.

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