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Punta Umbría

Padilla se reencuentra con Madrid a pesar de la ?mansada?

Mucho chasis y poco motor es lo que define a los samueles de ayer. Una corrida con presencia y, sin embargo, poco esencia. Mansedumbre de más, raza de menos.

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  • El diestro jerezano Juan José Padilla durante la faena a su segundo astado en la corrida de ayer de la Feria de San Isidro de Madrid. -
Mucho chasis y poco motor es lo que define a los samueles de ayer. Una corrida con presencia y, sin embargo, poco esencia. Mansedumbre de más, raza de menos.

Los hubo complicados, como el segundo y sobre todo el quinto. El primero, inválido, encima sacó guasita. El tercero, buscando la salida y muy cambiante. El sexto se movió, pero un punto violento y sin llegar al final en cada muletazo. El único que metió la pelota, el cuarto y a veces se frenó también al segundo o tercer muletazo.

Queda claro que no estuvo el horno para bollos. Hubo que hacer un esfuerzo grande, y aún así la recompensa no fue total. Muy dispuestos los tres toreros, y con más o menos capacidad en lo que a dominio se refiere.

En lo artístico también un pasaje notable, a cargo de Padilla en el cuarto. Fue lo más relevante en la tarde. Un Padilla que calentó mucho desde la salida con el capote, al enjaretar tres emotivas largas cambiadas en el tercio.
Banderilleó en solitario después de haber compartido los palos con sus compañeros en los tres primeros toros, clavando siempre fácil y variado, con seguridad y dominio.

Aunque lo hubo iba a venir con la muleta. Condenado a ser torero de valor por la clase de toros que suele matar, a Padilla se le tiene injustamente estigmatizado como torero ayuno de clase a propósito de las pocas oportunidades que tiene de matar corridas que le permitan expresarse con más ángel y hondura.

Afortunadamente para él no siempre ha sido así, y lo prueba el hecho de que cuando un toro le empuja los engaños por abajo generalmente se da otro Padilla muy distinto al habitual, crecido en la interpretación, abandonado el cuerpo, sintiéndose y transmitiendo otras vibraciones. El arte puro y duro, en expresión muy personal de Padilla.

No es casualidad que el llamado Ciclón de Jerez hiciera historia hace cinco años en la plaza donostiarra de Illumbe cuando indultó el toro Muroalto de Victorino Martín, un ejemplar símbolo perfecto de la bravura, con el que bordó el toreo. Y más tardes, muchas más, convendría recordar, aunque haya desmemoriados interesados.
El zambombazo más reciente en este sentido lo dio Padilla en su Jerez natal hace veinte días alternando con las figuras y frente a una corrida a modo, resolviendo la tarde con una Puerta Grande.

Tal es el Padilla todavía desconocido en muchas plazas y ferias. Al que el sector crítico de Las Ventas, el temido y respetado pero no siempre respetable tendido siete, quiso lapidar haciéndole perder la calma con tanta e intransigente censura a destiempo como a veces se gasta.

Padilla se equivocó entonces entrándoles al trapo, aunque su error fue sólo lanzarles unos besitos, seguramente con algún mensaje indirecto. Aquello le ha costado tres años consecutivos ausente de San Isidro.
Por fin ha vuelto, y ha habido reconciliación. Y lo bueno es que el perdón ha llegado envuelto en una de esas faenas con aroma y mucha consistencia artística.

Después de aquellas largas cambiadas y las banderillas, el toreo también de maravilla, de muletazos pausados y de media muleta a rastras, y eso que la franqueza del toro no era total, en muchos casos frenándose al tercer pase. Fue faena de izquierdas y de muchos quilates.

Lástima que la mala colocación de la espada, lo que se dice un bajonazo, quitó pañuelos en la petición del trofeo y enfrió el ánimo del presidente para concederlo.
Pero ahí quedaron la obra y los olés que la corearon, una y otros de extraordinaria rotundidad.

Fue el único y gran oasis de la mala corrida de Samuel. El mismo Padilla se peleó inútilmente con el flojo y soso primero, toro de sorprendentes contraste, pues pasaba de estar claudicante a volverse en los finales con mucha rapidez.

Encabo tuvo un primero que se descolocaba sólo, más pendiente del hombre que del engaño. Y el quinto haciendo cosas muy raras, como si estuviera reparado de la vista. Lo bueno es que el torero no se dejó vences por la desconfianza.

García no pasó de las buenas intenciones en su primero y quiso mucho en el sexto pero sin terminar de centrarse.

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