No podía creer que tuvieran un carácter y comportamiento histriónico/narcisista, pero la realidad era que utilizaban su apariencia física de forma entre seductora y provocativa, con el solo ánimo de llamar la atención. Quizás el lugar, nuestra “salada ínsula” haya sido el influencer que ha causado tal idiosincrasia. Las Palmeras, aunque se consideran árboles, carecen de ramas, pero están orgullosas de tener títulos tan ilustres como ser árbol sagrado, símbolo de victoria, de fertilidad y árboles de vida o benditos. Nunca han consentido que nadie les usurpe su espacio natural y su seguridad ha dado origen a su soberbia.
En la Plaza del Rey de nuestra ciudad llevaban bastantes decenios viviendo un grupo de estas palmeras. Altivas, distantes, empatizadas siempre con las corrientes gobernantes, lo que las llevo a creerse fuertes y protegidas. Testigos de excepción de hechos acontecidos en este centro vital de la ciudad, aprendieron, del carácter del ciudadano isleño, a señalar sin actuar, a ser modelo de indiferencia, mientras no afecte a su integridad los vientos circulantes, arremeter con crítica, sin “arrimar nunca el hombro” y así observaron cómo el emblemático edificio de la Casa Consistorial presentaba signos de amenazante ruina arquitectónica y vivieron en silencio su restauración. No movieron ni una de sus palmas, cuando retiraron la cerámica del Sagrado Corazón de Jesús, sino que se agregaron a la corriente pseudoprogresista del laicismo después de tantas genuflexiones aceptadas cuando inclinarse era signo de superación y vanidad.
En vecindad vivieron estas palmeras de nuestra plaza principal, con el monumento a un militar isleño bilaureado. Nos parecía que había entre ellos lo que ahora cursimente denominan “química” o filing, pero tienen múltiples raíces estos árboles y un buen porcentaje debía estar ocupado por el resentimiento. Encogidas de hombros vieron su derribo, sin recordar la sentencia de aquel viejo refranero: “Cuando las barbas de tu vecino veas afeitar, por las tuyas a remojar”.
La Plaza del Rey es también la gran ventana que nos asoma a un trozo de la calle más larga y de mayor importancia de La Isla. El destino de San Fernando en parte ha sido el ser nexo de unión entre la capital y los pueblos limítrofes. Era eso “la barca y el logar de la puente” y nuestro Puente de Zuazo. Luego fue la calle Real, quien definitivamente guiaba los pasos de transeúntes y medios de locomoción hasta Cádiz. Las palmeras vivieron estos acontecimientos y también el ostracismo a que quisieron someternos, la construcción de los puentes sobre la bahía.
Creo que debieron, aunque su monotonía insular no lo reflejase, sentir la pérdida de tan importante y rentable relación.
La “salada ínsula” sigue adelante y estos árboles hoy protagonistas, han visto recientemente como nuestra principal arteria y paseo, se transforma, después de múltiples y repetidas obras - algo común en la Isla - en el andén quizás más largo de Andalucía, desde la antigua Casa de Socorro, hasta el Convento de las Carmelitas descalzas. El tren/tranvía, quiere ser ya una realidad que nos una rápida y confortablemente con Chiclana y la capital. La cultura se ha rendido al progreso, El encanto a la realidad económica con sus intereses a veces con fuerte carga espuria. El paseo parecerá ahora una dispersa muchedumbre de “abejas/viajeros"” buscando el hueco colmenar de los vagones.
Las palmeras ya no podrán verlo circular. Tampoco estarán presentes en la festividad del Corpus, ni contemplarán a la Patrona de los creyentes de San Fernando, porque es lógico que no lo sea de aquellas personas entidades o municipio que vieron y ven en el Sagrado Corazón de su hijo, un “vulnerar la democracia”, lo que hace que su patronazgo sea selectivo.
Finalmente, las palmeras fueron arrancadas de su espacio propio y vital y desterradas a las afueras de la ciudad. En política y en bastantes ocasiones, la democracia es la “tiranía de las mayorías” y es mejor romperse que doblegarse y poder llegar a besar el suelo, porque la subordinación - a la que la pasividad isleña está muy acostumbrada - acaba haciéndonos esclavos del poder constituido. Y se pierde espacio y dignidad. Junto a ellas han sido cercenados otros árboles - ficus - de la plaza y los laterales que han quedado, han sido sometidos a tan intensa poda que sus troncos parecen enrejados, en cuya forja hubiera intervenido el arquitecto Antoni Gaudí.
En los terrenos del polígono Janer, aisladas, lloran las palmeras su desencanto y en su tristeza exclaman de modo angustioso un ¡Ay, Dios mío¡ que su laicismo no ha podido contener.