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Miércoles 24/04/2024  

El cementerio de los ingleses

Dependencia

Es el envejecer y el cómo lo hacemos la materia que hoy abordo en esta columna. Tarde o temprano, necesitaremos cuidados de otras personas

Publicado: 12/04/2022 ·
13:22
· Actualizado: 12/04/2022 · 13:22
Autor

John Sullivan

John Sullivan es escritor, nacido en San Fernando. Debuta en 2021 con su primer libro, ‘Nombres de Mujer’

El cementerio de los ingleses

El autor mira a la realidad de frente para comprenderla y proponer un debate moderado

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Haber nacido implica estar metido en un embolado de esos que no hemos elegido pero que nos ha tocado: nada menos que la vida. Un cúmulo de circunstancias, experiencias, aprendizajes, momentos… La vida puede ser maravillosa o puede ser un drama. En realidad, tiene ese blanco, ese negro y un millón de grises. Para bien o para mal, transcurre mientras tomas decisiones sobre aquello en que puedes decidir y, también, eliges cómo afrontar aquello que en que no tienes voz ni voto. Y en esas andamos mientras la vida transcurre inexorable. Para bien o para mal el tiempo pasa: nacemos, crecemos, envejecemos y morimos.

Es el envejecer y el cómo lo hacemos la materia que hoy abordo en esta columna. Tarde o temprano, necesitaremos cuidados de otras personas. Dependencia se llama. También puede llegar antes como consecuencia de una enfermedad, un accidente u otro tipo de circunstancias. Sin embargo, la regla general es que los años hayan mermado nuestra capacidad de valernos de forma autosuficiente y que, llegado el otoño de la senectud, necesitemos la mano de un hijo, la atención de un hermano, los servicios de profesionales de la ayuda a domicilio o, el que menos, un bastón. Ahí entra en juego la necesidad, también, de consensos entre las personas que conforman el ámbito de la persona dependiente. Y, cómo no, las administraciones juegan su papel. Sí, querido lector, todos los caminos llevan a Roma y Roma es la política. Hasta para cuidar a nuestros mayores y dependientes entra en juego la dichosa ideología.

Supongamos que la familia en cuestión cuenta con posibles y con la voluntad de arrimar el hombro todos por igual. No hay problema, la persona dependiente vivirá atendida y con la merecida dignidad el resto de sus días, meses y años. Pero no todas las familias viven ese idílico escenario. A veces, la economía merma la voluntad, la escasa voluntad hace que la economía sea irrelevante y, mientras las airadas contestaciones ofrecen una forma fálica del tamaño de las cazuelas donde se cuece el buen caldo (no somos mucho de versos de Neruda), nuestro dependiente en este ejemplo languidece entre el amargor de las discusiones y la conciencia de no poder por sí mismo. Las administraciones adolecen de carencia de recursos suficientes, mientras algunos de sus dirigentes abogan por las bajadas de impuestos que merman aún más esos recursos. Y así estamos, en el país donde o contratas una persona cuidadora en precario o te arruinas pagando una residencia privada con precios prohibitivos mientras la administración tarda más de un año en actualizar el grado de dependencia. Luego, unos meses para emitir resolución y otros más para implementar las medidas a las que tenga derecho. Y eso si la resolución es favorable.

Parece que el infortunio de la enfermedad, el accidente o el mero hecho de cumplir muchos años se penaliza. Las residencias son privadas, las plazas concertadas dependen del grado de dependencia (con la faena que supone lo dicho hace unas cuantas líneas), las pensiones son ridículas y el entorno no siempre puede cubrir el coste de tener a una persona que cuide a nuestro dependiente (y de contratos y condiciones dignas ya lo hablamos otro día, si eso). Al final, el trabajo o la simple vida propia de cada uno de los miembros del entorno familiar se dificulta. Que sí, que eso deberíamos poder cambiarlo con el voto, que deberíamos exigirlo a los gobernantes que lo lleven en el programa… o quizá sólo deberíamos exigir que se cumpla la Constitución, en su artículo 49, donde se prevé una política de previsión, tratamiento, rehabilitación e integración de las personas “disminuidas” física, sensorial o psíquicamente. Que no sé yo si tenerlo todo tan externalizado obra en esa dirección. Dichosa Roma, la política, que al final no garantiza nada y se encoge de hombros volteando sus bolsillos.

Al final, la familia de nuestro dependiente se desespera. Dan ganas de colarse en un despacho y armar la de Viernes 13 o marcarse al menos un “Will Smith”, pero el Código Penal es un poco tiquismiquis al respecto. Y, además, eso no arreglaría nada. Quizá no han pensado los dirigentes que, aunque ellos tengan esos posibles que la familia de este ejemplo no puede ni soñar, nunca se sabe qué sorpresa puedan encontrarse cuando lleguen a esa edad. Porque, no lo olvidemos, llegarán. Como dije al principio, para bien o para mal el tiempo pasa. Arrieritos somos.

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